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La tristeza adaptativa es una invitación a escucharnos

  • Foto del escritor: Marcela Sandoval
    Marcela Sandoval
  • 25 ene 2024
  • 2 Min. de lectura

La tristeza o la melancolía (siendo esta última más pasajera), es una de las emociones conocidas como primarias, cuya función es la de tomar una pausa para la introspección. 

 

La pena nos permite hacer un paréntesis, a veces aislarnos de algún modo para desconectarnos del mundo exterior con su ruido ensordecedor y conectarnos con nosotros mismos/as. En ese silencio buscamos escuchar a nuestro ser profundo y conocer nuestra propia verdad. El hacer, en el caso de la persona que vivencia la tristeza, es un reflexionar activo y que emerge en contextos de pérdidas de alguien o algo significativo para esa persona o ante circunstancias “adversas”, que hasta ese momento parecieran superarle.

 

Mientras tanto, el mundo de afuera observa a una persona que se aísla, que llora, que no quiere nada (al menos de lo que se le ofrece). Por lo íntimo de la vivencia de la tristeza, no se logra reconocer lo activo y valioso de ese emocionarse. Las personas del entorno inmediato muchas veces no saben qué hacer, se sienten impotentes y tienden a usar consuelos superficiales que no se condicen con la profundidad de la introspección y se ofrecen consuelos ineficientes, como: “ya pasará”, “no hay mal que dure 100 años”, “no vale la pena llorar”, “lávese la cara que se ve más bonita”, “la vida es muy corta para sufrir”, “salgamos a difrutar”, etc. 

 

Si comprendiéramos, que la persona está viviendo un proceso similar a la metamorfosis de la oruga- para luego desplegar su vuelo con sus alas fortalecidas, podríamos respetar ese tiempo y no alterar el curso del proceso de la transformación. Tal vez, si ofreciéramos un espacio de diálogo genuinamente profundo y nos atreviéramos a conocer/ nos para ir más allá en la relación con ese otro/a, podríamos hacer acciones respetuosas de apoyo, como “ofrecer nuestro hombro” para que se llorase sobre él. De esa manera legitimaríamos la pena, compartiríamos la humanidad de cada cual, y el deseo de superación de la persona que conlleva la invitación de la tristeza, que por dolorosa que sea expresa una “verdad”.

 
 
 

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